miércoles, 18 de mayo de 2011

Una historia a golpe de buenos sentimientos



David Foenkinos llega a España con la premiada novela de amor 'La delicadeza'



La joven Nathalie acaba de perder a su marido en un atropello. Destrozada, poco a poco intenta reconstruir su vida sin mucho éxito. Hasta que Markus, un compañero de trabajo, entra en escena. Y entonces sucede la magia: la capacidad para volver a amar y ser feliz existe. Y no pertenece sólo a Hollywood.
Con este sencillo argumento, la novela La delicadeza (Seix Barral), de David Foenkinos (París, 1974), se convirtió desde su publicación en Francia, en 2009, en la joya de la crítica gala y en el último gran best seller. Su éxito se unió, además, al de otras novelas francesas que también exploraban los buenos sentimientos, el amor y la recuperación emocional, como El consuelo, de Anna Gavalda, o La elegancia del erizo, "¿Necesitamos las novelas felices? No lo sé. Quizá estamos en un tiempo tan siniestro, con la crisis y políticos que abusan de camareras, que la gente se siente bien con estas novelas", explica Foenkinos en un hotel madrileño. "Pero lo que sí que creo es que hay una necesidad de lentitud, de frenar las cosas y de no ir por la vida con la sensación de estar continuamente haciendo las maletas", añade.
En su novela, el tempo lento del enamoramiento se adereza con elementos nostálgicos que también provocan la sonrisa en el lector. David Foenkinos introduce una estética muy setentera alude a la infancia de la protagonista en la que reinan los caramelos Pez y las canciones de las películas de François Truffaut. "Yo soy muy nostálgico, pero no en el sentido melancólico, sino en ese que te produce alegría. También hay una necesidad en la gente por volver a los recuerdos más dulces con el fin de borrar la relación agria que tienen ahora con las cosas", comenta el escritor.
Foenkinos aleja su novela del tono azucarado de las novelas del italiano Federico Moccia al introducir a los personajes "en el entorno más deprimente posible, que no es otro que el laboral", dice el autor. Como ha subrayado el escritor Frederic Beigbeder, "esta novela también habla sobre el trabajo", sobre un escenario en el que se crean bandos y se trazan estrategias, a veces malsanas. "Una empresa es como un país en estado de sitio, pero aun así, puedes enamorarte. El decorado no es importante para el amor", matiza Foenkinos.
Adaptación al cine
El único peligro que acerca esta novela al abismo de lo relamido es su final. Para el escritor, no supone ningún problema: "También hay momentos cursis en la vida. De todas formas, he intentado compensarlos con una estructura en la que aparece hasta una receta de espárragos. Me gusta tener una relación lúdica con la literatura. Y si no te gusta la historia, puedes quedarte con la receta", explica socarrón.
El éxito de la novela ha provocado que Foenkinos la haya adaptado él mismo al cine. La película se estrenará en diciembre con Audrey Tautou como protagonista. Y sí, será muy parisina y muy Truffaut. "El paseo bajo la Torre Eiffel es ineludible", zanja el escritor

Fuente: Elpublico.es

martes, 17 de mayo de 2011

Lois Pereiro, el poeta punk





El Día das Letras Galegas homenajea a un autor de culto con aura de maldito.





El Día de las Letras Gallegas ha sido, hasta hoy, el plumero que ha sacudido la polvorienta biblioteca de ilustres literatos autóctonos, exhumando cada 17 de mayo a padres de la patria como Rosalía o Cunqueiro, pero también a una heterodoxa nómina trufada de frailes, arzobispos o reyes medievales ajena al pulso de la calle o a la mesita de noche del lector contemporáneo.
El tamiz de la muerte evitaba que autores con tirón mediático y editorial protagonizasen la jornada, pues los homenajeados debían permanecer, al menos, diez años bajo tierra. Lois Pereiro (Monforte, 1958) llevaba un lustro aguardando en el cementerio de Santa Cristina do Viso su turno, aunque sus apologetas eran conscientes de que el poeta lucense escondía en su gabardina apenas un ciento de poemas y revelaba en su rostro las depresiones del malditismo, la contracultura y el post punk.
Demasiados fardos, a priori, para la Real Academia Galega, que terminó haciéndose eco de las reivindicaciones de los vates coruñeses que lo acogieron, mediados los ochenta, en el grupo De amor e desamor; de los precursores del movimiento atlantista, una movida pasada por agua que destiló publicaciones como La Naval o Luzes de Galiza, en las que Pereiro plasmó su expresionismo galaico; y de las nuevas generaciones de blogueros, escritores y periodistas, enrolados en Internet, que se han valido de bitácoras y redes sociales para soplar a favor de la candidatura del firmante de Poemas 1981/1991 y Poesía última de amor e enfermidade, reeditados por Edicións Positivas.
Fueron los únicos libros que el poeta pudo ver en vida, pues la guadaña con la que flirteó en sus versos lo arrebató a sus 38 años. Dejaba una novela inacabada en el cajón, Náufragos do paradiso, rescatada por Galaxia; un sentido diario epistolar a su amor siamés, Piedad Cabo, que tomaría la forma de una Conversa ultramarina (Positivas); y un sembrado de estrofas en revistas y fanzines como Dorna y Loia, que dio título a Poemas para unha Loia, publicado en el primer aniversario de su pasamiento y traducido ahora al inglés (Collected Poems, Small Station Press) y al castellano (Obra completa, Libros del Silencio).
Rescate del poeta
"Había problemas para acceder a su obra y, en pocos meses, se han publicado unos 25 libros", explica el escritor Manuel Rivas, que lanzó la candidatura desde su sillón de la Academia sin imaginar que pudiera salir adelante. "Las traducciones van a ser para el mundo de la literatura como una lanza de luz entre dos tormentas", asegura el exdirector de Luzes, donde su amigo Pereiro publicó días antes de morir Modesta proposición..., recuperada junto a otros ensayos por Xerais. "Ahora que está de actualidad el panfleto, el texto es un auténtico Indignaos en forma de arcoiris que no sólo abarca la denuncia", apunta.
Romántico, maldito, exiliado de sí mismo, como Leopoldo María Panero, pero también un libertario que reflejó en su obra "una lectura política del mundo", recuerda Iago Martínez, coautor del documental Contra a morte, un "retrato colectivo y urgente de su generación" que se estrena este martes en la TVG. "Protagonizado por sus amigos y con el poeta como coartada, en él emerge la colza, la heroína y el tardofranquismo", explica Martínez, quien subraya en la biografía Lois Pereiro. Vida y obra (Xerais) la impronta de la música en sus textos. "No es un poeta del rock, pero forma parte de su paisaje emocional e histórico. En su cosmovisión, Thomas Mann está a la misma altura que Ian Curtis".


Moderno en Monforte
Pereiro, nacido en un cruce de caminos de hierro, se dejó atrapar por los nuevos tiempos, que arribaban a su pueblo en ferrocarril. "La heroína entró en Monforte como un vendaval. Tal vez, a través del tren llegó el movimiento obrero, el caballo y el sida", opina su biógrafo. Allí, en el bar Sésamo, donde se cobijaba una "célula de contemporaneidad", sus colegas traficaban con casetes y filmes extranjeros. The Velvet Underground, David Bowie, Neil Young, Joy Division: todo muy oscuro, malditos de diversa clase y condición frente a cantautores protesta, que le parecían un coñazo. Antes de pisar Madrid y machacar sus retinas en la Filmoteca Nacional, Lois se sabía de memoria cada fotograma de Metrópolis sin haberla visto. También poseyó a los simbolistas franceses (Baudalaire, Rimbaud, Verlaine) y a los literatos centroeuropeos (Thomas Bernhard, Peter Handke). "Su gusto era muy avanzado".
El trágico destino convertiría su silueta rasgada en una figura de Giacometti. Pereiro recala en Madrid para estudiar inglés, francés y alemán en la Escuela Oficial de Idiomas y se instala con su pareja y amigos en un cuarto piso sin ascensor de la Avenida de Extremadura, donde el repartidor del butano les vende aceite a granel. Era 1981 y a Lois, con 23 años, las escaleras se le antojan una ascensión al infierno, ya que sus músculos flojeaban por culpa de aquel líquido que envenenaría a miles de personas en España: el aceite de colza desnaturalizado. Luego vendría la heroína, que lo iba a acompañar hasta 1994, cuando, ya en A Coruña, es ingresado en el hospital y le diagnostican el sida. "El cuerpo es una poesía de batalla: / una carnicería en el cerebro", escribe.
Regreso a la tierra
Pereiro intentó darle salida a sus composiciones y, a falta de una editorial que lo respaldase, dejó su huella ácrata, rebelde y transgresora en un fanzine imprimido con una vietnamita por el exilio cultural en Madrid. Alrededor de Loia gravitaban, además de Rivas, los pintores Menchu Lamas y Antón Patiño, así como su propio hermano, Xosé Manuel, que haría de sus letras canciones para el grupo de rock Radio Océano.
Algunos de ellos, junto a Miguel Anxo Fernán Vello, Xulio Valcárcel o Lino Braxe, repetirían en el colectivo coruñés De Amor y desamor, que con sus recitales sacó a Pereiro de su voluntario ostracismo público. En una instantánea de Xurxo Lobato, que ejercería con Vari Caramés de fotógrafo oficioso, "parece que es un recorte", comenta Martínez. La estética de Pereiro, con gafas ahumadas y cazadora de cuero jalonada de cremalleras, contrasta con las chaquetas de sus acompañantes, entre ellos el exministro de Cultura César Antonio Molina, que traduciría algunos de sus versos para la antología Después de la modernidad (Anthropos).
Pereiro ha importado para entonces los postulados del underground europeo. En sus viajes en tren por el viejo continente, sigue el rastro de sus autores de cabecera —Gertrude Stein en París, Yeats y Joyce en Irlanda, Dylan Thomas en Gales, Bernhard en Salzburgo— y, tras ver las primeras crestas en Edimburgo, se sumerge en el movimiento punk berlinés. "Era como una semilla que contenía un universo absolutamente singular, que finalmente se está expandiendo", subraya Rivas.


El clásico vanguardista
Galicia asiste a la multiplicación de sus rimas y sus textos: recitales, conciertos, discos, performances, exposiciones, cómics, documentales y libros rinden tributo a un escritor impudoroso y desgarrado que habló del amor y la muerte con conocimiento de causa. Los stencils con su faz en blanco y negro han colonizado los muros del país e incluso una cadena de supermercados la ha impreso, acompañada del poema Transmigración, en sus bolsas. Muy de poeta urbano o, como lo describió Xavier Seoane, asfáltico.
"Está siendo un descubrimiento para todo el mundo, especialmente para las nuevas generaciones, que lo asumen como la voz de la literatura que necesitábamos en este momento", añade el creador de Todo es silencio, testigo de la revitalización del Día de las Letras Gallegas gracias a la elección de Pereiro como singular e inesperado protagonista. "Lo que está pasando con un autor considerado maldito hasta hace unos meses es algo inaudito. Se habla de él poniéndolo a la altura y con el carácter de convulsión de Rosalía de Castro o Manuel Antonio". Ya lo había escrito años ha: "Pereiro es el clásico que tiene la literatura gallega sin saberlo".




Fuente: Elpublico.es

lunes, 16 de mayo de 2011

Un artista aislado del arte

El Museo Reina Sofía dedica una muestra de 300 objetosa un creador norteamericano sordomudo y analfabeto


James Castle no hablaba ni oía. No sabía escribir y no tuvo una formación artística académica. Pero fruto de una frenética actividad artística acumuló cerca de 200.000 objetos. Los agrupaba en tamaños similares, los envolvía en tela y papel y ataba con cuidado. Les hacía cajas a medida y los guardaba lejos de la vista de los curiosos, en vigas o en edificios abandonados. James Castle murió en 1977, a los 78 años de edad, llevaba casi siete décadas sin dejar de envolver, embalar, atar, anudar, enfundar, cubrir, liar, enrollar. Jamás salió del entorno familiar y pintaba sobre material reciclado con una mezcla de su saliva y hollín de estufa.

James Castle se construyó una isla para no recibir a nadie, pero no paró de lanzar botellas bien protegidas contra la rotura. ¿Mensajes de socorro, reclamos o qué? Dicen que la creación también es un diálogo, una intención de comunicación, un lenguaje. En este caso, una salvación. Hacía libros, cuadernillos, folletos, álbumes, dibujos encuadernados como libros, cubiertas de libros hechas con cajas de cerillas. Para un analfabeto y sordomudo como Castle el mundo del libro no tenía secretos. Hacía abrigos, chaquetones y gabanes de cartón rígido, cosidos con bramante y cuerda. Dibujaba vistas interiores de su casa, dibujaba paisajes sobre envases, folletos comerciales, panfletos religiosos, facturas, sobres usados, cartones de helados, cajas de cerillas y los trabajos escolares de sus hermanos.

"Son dibujos bonitos. El hollín les aporta un tono mate, suave. Una rica gama de grises. El trazo es firme pero tiene un aire relajado. Son fieles pero no esclavos ni mecánicos. Están hechos a mano alzada con un sentido equilibrado de la composición. Son sensibles. Y pese a sus superficies abarrotadas, de gran densidad temática, son serenos. Son tranquilos", cuenta la fotógrafa Zoe Leonard con motivo de la exposición que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía inaugurará el próximo miércoles: James Castle. Mostrar y almacenar, comsariada por Lynne Cooke, subdirectora de conservación, investigación y difusión del museo.

La selección de 300 obras del artista norteamericano plantea de nuevo un dilema que ya había presentado el director del museo, Manuel Borja-Villel, hace un año, con la exposición dedicada al pintor esquizofrénico Martín Ramírez: ¿dónde está la separación de las bellas artes y el arte popular? ¿Qué vigencia tienen los discursos canónicos? "La necesidad de esta exposición reside en la puesta a debate de los preceptos excesivamente cientifistas (casi de entomólogo), planteadas desde una posición de superioridad. Se ha asumido, de manera automática, que el artista autodidacta carece de compromiso con su producción, de proyecto específico, en definitiva, de consciencia", explica en la presentación del catálogo de la muestra el propio Manuel Borja-Villel.

Déficit manual

Por su parte, Lynne Cooke observa los diversos grados de refinamiento técnico en los gouaches, como en otros apartados de sus trabajos. "Parecen determinados por los peculiares efectos expresivos que buscaba, más que por un déficit de destreza manual", dice la comisaria. Añade la especialista el asombro por la precisión con la que trabajó Castle, que apenas realizaba revisiones o reelaboraciones de sus obras. "La mayoría de los dibujos y construcciones parece haberse realizado en una sola sesión", explica Cooke subrayando la unidad e identidad de los trabajos.

A pesar de la intensa actividad que mantuvo, Castle no tenía por costumbre enseñar su obra, aunque mostró un énfasis determinante en enseñar-la a sus familiares y conocidos. No concedió entrevistas (nadie lo reclamó como artista nunca en vida), no escribió sobre su método de producción (ya hemos señalado su analfabetismo), así que poco se sabe de sus técnicas. Es un artista reciente, tres décadas después de su muerte.

Apenas hace tres años, el Philadelphia Museum of Art le dedicó una gran retrospectiva, de la que es heredera esta del Reina Sofía, que viajó posteriormente a Chicago y Berkeley, en la que se analizaba su contexto familiar y su biografía como instrumento interpretativo. Fue su bautismo como artista de artistas, aunque fue en el año 2000 cuando su obra entró por primera vez en el circuito comercial del arte contemporáneo, con muestras organizadas en Nueva York y divididas en tres categorías: dibujo, construcciones y libros.


Antes, en vida, el artista, aunque mantuvo en secreto sus trabajos, no pudo reprimir el impulso de enseñar, a menudo, los dibujos a sus familiares. En la soledad comisarió sus propias exposiciones e ideó complejas presentaciones de su obra. Además, dibujaba las instalaciones de su obra en otras exposiciones improvisadas. Esas imágenes son los dibujos más refinados de Castle. Imaginaba igualmente sus cuadros en las paredes de la residencia familiar, junto a retratos, adornando el piano, por ejemplo.

Precisamente, esta labor de muestra y almacenaje a la que se dedicó Castle aporta la estructura de esta retrospectiva del Museo Reina Sofía, con vitrinas poco profundas, que recuerdan a los archivadores planos. Hay grandes grupos de obras (organizados por temas y medios), inventariadas como un sistema de archivos. Frente a este tipo de almacenamiento están los dibujos, mostrados con marco y paspartú, así como las construccio-nes, montadas en vitrinas. La instalación enfatiza la visión doméstica de Castle, el habitante de un mundo tan íntimo que prefirió la estrechez de la destrucción a la compasión de la Humanidad.

El mundo de un solitario

Alfabeto

James Castle dibujaba las letras de los alfabetos latino, cirílico o griego. No escribía: dibujaba palabras. En realidad no sabía escribir, sólo copiaba símbolos, pero los utilizaba como lenguaje. Castle tomaba los modelos de textos impresos, no de manuscritos, por eso aparecen representados en mayúsculas de imprenta. Tipografías con precisión, algo muy cercano a la abstracción.

Bibliófilo

Castle hacía libros. Muchos, centenares. A escala ínfima y los encuadernaba con materiales que tenía a mano, como cartón reciclado, cartones o cajetillas, incluso, cajas de cerillas. No son cuadernos de bocetos. Si reutilizaba libros existentes, dibujaba en todas sus páginas ocultando gran parte del contenido original de las mismas, pero también conservando elementos gráficos de la maqueta anterior.

Doméstico

Los dibujos de Castle son los dibujos de un habitante, no de un turista. Son el retrato de un mundo mirado con detenimiento, la intimidad de la costumbre. La visión cotidiana de sus propios lugares.

Enigmático

Nadie que haya escrito sobre James Castle se habrá topado con él. Durante su vida, no se dedicó a ninguna actividad ocupacional distinta del arte, que mantuvo en secreto. Su sentido para los materiales no proviene de una historia del arte tradicional ni de aprendizajes artesanos; es consecuencia del conocimiento autodidacta que fue refinando con el tiempo y un agudo pragmatismo que le llevó a reciclar materiales una y otra vez. Intuitivamente, creaba las herramientas y los medios necesarios para ello. Apenas realizaba revisiones o reelaboraciones de sus trabajos. Ni siquiera se sabe cuándo ni cómo incorporó la perspectiva a su obra.


Fuente: Elpublico.es